En uno de sus más grandes momentos como estadista, el último dictador que el pueblo mexicano tuvo como la gente, Porfirio Díaz, expresó una frase digna de figurar en la bandera: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, definiendo en un tuit las convulsas relaciones entre el país más poderoso del mundo y su perenne vecino mancillado.
Por fortuna, no hay que haber leído a Eduardo Galeano para corroborar lo que todos los latinoamericanos conocemos: la injerencia de los estadounidenses en el subcontinente ha sido absoluta, ya sea poniendo o quitando gobiernos, a través de su inmenso influjo cultural o merced de sus incontables empresas, que gobiernan buena parte del planeta. Sin embargo, gracias a un artículo firmado por Patrick Iber en el blog de la Society for U.S. Intellectual History, trascendió que la Agencia Central de Inteligencia (la temida CIA, por sus siglas en inglés) fue la que apadrinó en secreto a los escritores mexicanos más destacados del siglo XX, y lo hizo a través del célebre Centro Mexicano de Escritores (CME), que durante más de cincuenta años se dedicó a dar estímulos económicos a algunos de los más brillantes autores mexicanos.